jueves, 10 de septiembre de 2015

El día en que solté mis propias cuerdas

Hay cadenas que aprisionan al alma, que la atan. Hay cadenas que sujetan una mente práctica a un corazón despiadado. Hay cadenas que unen dos sentidos absolutamente opuestos, inversamente proporcionales, hasta anulables entre sí. Uno, al darse cuenta de estas cadenas, divisa un paisaje lúgubre, tormentoso, una lluvia en los ojos, una tempestad de sequía y una absorbente oscuridad en el alma; conocido como sentimiento de impotencia, de una reprimida nostalgia que actúa como las burbujas de agua en el hervor  de un calor que es más que humano, que es hasta espiritual, o quizá sea menos que  humano, sea terrenal, sea mundano, sea obvio, sea inútil... quizá.

Cadenas que rodean la mente, y que uno se olvida que son creadas por la misma; tienen inicio y raíces en la consciencia de cada uno. Que pueden dar pie a la germinación de semillas que quieren esconderse de lo que somos, de quienes somos realmente; semillas de lo que queremos, semillas de la más pura e irreverente voluntad.

Pareciendo un caso contradictorio, las cadenas son aquello que pueden hacer despertar en uno la necesidad de libertad. Las ansias de soltarse de lo que a uno le dijeron que tiene que ser; la fuerza que conlleva esa liberación es aquella que hace a uno trascender de lo que alguna vez quiso y convertirlo en lo que realmente quiere.

Las cuerdas que me atan mi mente a mi corazón son las mismas que me hacen sentir que realmente existo. Cuando logro entrar en catatonia, algo que hace bastante tiempo ya no ocurre, me abstraigo y en mi universo paralelo (sí, ese universo en el que podés volar adonde quieras) ajusto las tensiones de las cadenas, de las cuerdas y así aumentar o disminuir las vibraciones que éstas produzcan.

Mi mente y mi corazón hacen música de las cadenas que los aprisionan.
Vivo en ese paraíso con oasis de infiernos, en ciertas milésimas; en otras, quizás sea exactamente lo opuesto. Todo ello depende de la influencia del universo que creamos que es real.

Hoy, aquí en mi mente, es un atardecer. Las cadenas que atan a la practicidad con la emoción, hoy convertidas en cuerdas musicales, se andan oxidando más de la cuenta. Algunas ya se han soltado. Algunas ya han dicho adiós.

Las más se han ido, pero nunca del todo, siempre dejan rastro, cicatriz del corte, del golpe, de la fuerza, del desgano que implica la rotura de las cadenas que a uno le mantienen vivo.

Hoy en estas milésimas que le quedan a este sueño, solo debo callar, debo dejar de mi mente diga lo que las cuerdas del alma le están dictando en forma de vibraciones, en forma de emociones, en forma de gotas de lluvia, en forma de canciones, en forma pesares, de tristeza, de alegría y de lo peor que puede existir, en forma de esperanza.

Mi mente es el mundo que necesito, y mi alma mi medio de transporte para recorrerlo, visitarlo, conocerlo, experimentarlo, creerlo, crearlo, rehacerlo, reinventarlo y por sobre todo... a mí mismo.

Mientras se rompen mis cuerdas, mientras se oxidan mis cadenas, mientras para algunos ello implique la libertad de la ilusión frente a la realidad. Para mí no es más que dejar ir aquello que me mantiene vivo.

Hoy mis cadenas son cuerdas que sujetan globos aerostáticos, y les hacen parte de mí. Les hacen parte de lo que hoy se puede ver al mirarme a los ojos.

Hoy mis cuerdas se están soltando.
Hoy esos globos van a volar a lo alto, van a volar lejos.

Hoy siento nostalgia de ese futuro.

Nostalgia y miedo pues aún no he descubierto qué es lo más volátil, entre lo que se encuentra en los extremos de mis cadenas, cuerdas, lazos, ataduras: mi corazón o mi mente.