domingo, 16 de noviembre de 2014

"Aún..."

Una brisa fresca de la noche anterior le dio paz al alma que apenas empezaba a soñar despierta. El alma que calló, pues quería cantar. El alma quiso volar, pues le dieron alas. Alas que fueron drásticamente cortadas. La noche anterior, el cielo nublado se iba despejando. La noche parecía adquirir brillo; un sádico cambio de los eventos, pues el amanecer traía muerte. El amanecer, no daba una luz vital... daba un calor infernal.

Aves cantoras anunciaban el llegar, el alma soñadora en un letargo de ensueño se encontraba. Vivaces sonidos de la civilización aclamaban el inicio de lo que sería el final. Una luz, una vibración ligera de agobiantes alaridos tácitos que solo sabían perturbar lo que parecía trascendencia absoluta de todo.

La soñadora alma, que en días de frustración no daba más que golpes a su jaula, que solían acabar por tranquilizarle, esta vez, largó un estrondoso grito de impotencia ante lo que veía. El sueño que parecía revivir, no era más que un cadáver... conversando con su gemela en un brilloso espejo se dio cuenta que se escapaba de ella; corría de sí el objetivo, la meta, la ansiada trascendencia a lo épico. Se diluían sueños en vasos de intransitada taciturnia y tragicómicos pesares. Se escribían guiones de películas que ya jamás podrían ser filmadas, jamás podrían ser vistas.

Olores que fueron una vez tiernos al tacto, se convirtieron en colores que transmitían estridentes aullidos que nadie más podía escuchar. El calor que daba el amanecer, que para varias formas de vida, regalaba continuidad a la misma, ya era un infierno insoportable, los demonios se sentaban frente al alma... hasta ellos querían sentir pena de su destino, y aún así solo soltaban carcajadas, que se convertían en ríos de venas carmesí, de oscuras tormentas que querían llover. Ojos llenos de lluvia.

Se escapaba el sueño. Se fue.
Tras una tormenta solo hay calma, dicen.
Luego de esa tormenta vino algo peor. Llegó al alma algo que no podía esperar. Algo que no quería comprender, algo que ahuyentó a sus demonios. Algo que no los hizo querer saber más nada al respecto. El infierno creció, el infierno que tenía dentro de sus negras y secas rosas, parecía querer envolver su ya gastado y cansado corazón de espinos.

Ese algo destruyó al alma soñadora.
Ese algo la reconstruyó y volvió a deshacer.
Ese algo es el peor de los males que puede existir.
Ese algo, tras una muerte inminente, al alma, la dejó vivir; una secuela incurable.

El gran mal, que erráticamente toma de la mano al beneficio de la duda, el más tenebroso de todos los males:

La Esperanza.

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